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E
ste lugar está pensado para subir todos mis escritos, tonterias y algunos sueños; aquellos regados por otros lugares, mientras algunos nuevos se van colando.



Lashiel

26 jul 2012

Una sonrisa carmesí.


Para "Adictos a la escritura" un ejercicio más. Juntos, revueltos y de aniversario.
Personajes: Un payaso y una sirena.
Esta vez jugué con otro estilo y otra temática, aunque creo que mis ojos siempre ven las cosas con cierto "matiz". Jejeje.

[Imagen:
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[Una sonrisa carmesí.]

Eran las 4: 15. El teléfono sonó nervioso, o tal vez era Yo el neurótico. Una, dos, tres veces hasta que descolgué.

−        ¡Jack! Te necesito en el Muelle Alancord. Al parecer tenemos un homicidio inusual…− de repente la voz se cortó, al parecer la línea se cayó.

“Alancord”. No me entretuve  pensándolo demasiado. Aquel lugar sucio y despoblado, hacia casi veinte años que nadie lo visitaba. Tras encender a regañadientes el vehículo y recorrer las calles oscuras, la neblina me acompañó hasta dar con el hedor del puerto.

Al bajar vi a algunos colegas examinando la escena. Docenas de pequeños recuadros enumeraban las posibles pistas. Pero la más evidente era aquello frente a mí. Las palabras “inusual” y “homicidio” saltaron de pronto martillándome las sienes.

Un viejo, fornido y calvo, con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro. Carmesí. Al acercarme y quitar la frazada sobre su cadáver fue evidente la masacre. De la cintura para abajo, nada. “Algo” le había amputado de un solo tajo la cadera con todo y piernas. Al mirar a mis compañeros, su mirada me dejaba atónito. No habían encontrado “la mitad” de su cuerpo por ningún sitio.

−  ¡Ahhh! Odio mi trabajo. – susurré para mis adentros.

Encendí un cigarrillo y lentamente me quite los guantes de cuero, y debajo de ellos unos de fino látex. Le toqué, mi palma sobre su frente y ahí comenzó la danza.

Le veía apenas, borrosamente. Aquel viejo, un pierrot, celebraba junto a su compañía el aniversario 45. Así mismo su despedida. Su lengua embriagada en melancolía se veía adormecida por una inmensa cantidad de vodka.

Cuando la fiesta acabó, la tristeza seguía ahí. Sus pies duros y apelmazados por su inmenso calzado le llevaban, cual siniestro cadáver por la bruma de la noche. A cada tanto murmuraba algo intangible.

−  Sirena… − le oí decir en algún momento, cuando por fin el alcohol se acabó y dejó tras de sí la botella, al levantarse del piso una vez más.

Su vista cansada le jugaba triquiñuelas. Por un momento creí verles también. Una hermosa chica vestida de blanco nos llamaba. Eso me empapó en miedo, pero seguí adelante; más por la duda que por la inmensa agonía.

Sin decir más ambos cuerpos tan distintos entre sí. Aquel adefesio, tan rancio y decrepito; tan senil y grotesco le tomó en brazos. Aquella linda chica, tan suave, frondosa, exuberante; parecía en realidad una sirena. Sin decir más aquellos cuerpos se retorcieron, mezclando las salivas de sus bocas; tragándose uno al otro. Hasta que sucedió…

Sentí un líquido caliente recorriendo mi garganta, el habla se había esfumado y en su lugar quedo un dolor agudo. Al posar mis ojos en la chica su vestido blanco se había teñido de escarlata. No podía hacer nada, ni siquiera observarle con los ojos abiertos.

El viejo cayó y Yo con Él. Su respiración lentamente abandonó su cuerpo. Su mirada hacia el cielo fúnebre se acompañó por una orquesta de sonidos guturales, inefables, intangibles.

Tras una eternidad, aquella quimera acercó su rostro bestial; maquillado por completo del humor de vida del pierrot, volvió a besarle. Un beso que lo drenó hasta los huesos; hasta el alma, y sus adentros. Fue al final, cuando la muerte se avecinaba que Ella le cerró los ojos.


El aliento regresó a mí. Estaba envuelto en sudor frío, y a mi lado el viejo, su cadáver. La colilla fría del cigarrillo me contaba cuanto estuve fuera. Una palmadita suave y firme me hizo recobrar la cordura, la poca que aún conservo.

− Inusual. ¿No es cierto? – escuche detrás de mí.

Aquella hermosa voz que siempre me despierta de madrugada. La cual hace unas horas me invocó hasta aquí. No sabía sí llorar o reír. Lentamente miré sobre mis hombros, esperándola con la pasión de siempre, pero está vez me equivoqué. Al verle a los ojos enmudecí y tartamudeando apenas dije:

− Sirena… −




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